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siempre, decíanle, como un alto beneficio concedido por la suerte, el haber recogido en vuestras lecciones el germen de las grandes ideas, y de la aspiración santa y noble de contribuir al progreso y al bienestar de la humanidad»,[1] y el venerable anciano respondía conmovido, a sus hijos espirituales, al alejarse contristado de la cátedra, con uno de sus bellísimos discursos, que perpetúa la obra del señor Alberto B. Martínez ya mencionado, y del cual sólo reproduciremos los párrafos siguientes:

«Yo pienso, señores, que las cuestiones de higiene son las que han de resolver la prosperidad de nuestro país, no sólo en lo físico, sino en lo moral y en lo psicológico. Pienso que es necesario difundir las nociones de la higiene, popularizarlas, habituar a la sociedad con estas maravillas de la ciencia que han llegado a producir los fenómenos asombrosos que encontramos realizados en las grandes poblaciones del mundo; y me ha ocurrido, como un medio de manifestar humildemente la profunda emoción de gratitud que me ha agobiado desde hace dos meses, cuando el congreso me favoreció de una manera tan inmerecida de mi parte, tan generosa, tan delicada de parte de los representantes de mi país, me pareció que podía contribuir de alguna manera a este fin, a este propósito de difundir las nociones científicas, de determinar el espíritu de estudio y de observación en esas

  1. Retrato del doctor Rawson por el doctor Francisco Cabos, 1891.