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discípulos de hoy, mis hijos queridos en el espíritu, me traen el recuerdo de los de ayer.

«Así, señores, cualquiera que sea mi destino, cualquiera que sea el objeto que me conduce fuera de Buenos Aires, apartándome de vosotros, habrá siempre en mí un estímulo que me alentará a no omitir sacrificio alguno, a trabajar con el mayor fervor para hacer adelantar la ciencia que cultivo con vosotros»...

Y Rawson decía como siempre verdad; iba al viejo continente por su vista y por la ciencia higiénica que profesaba. Desde años atrás venía preocupando seriamente su atención de hombre observador y deductivo, un serio problema sobre demografía, relacionado con la mayor cifra de mortalidad del sexo masculino, sobre el femenino, durante la primera infancia, y que llegó a sugerirle la concepción de una teoría que la explicara satisfactoriamente, en virtud o fundamento de una diferencia anátomo funcional en la masa encefálica de los niños de ambos sexos en aquella edad, y cuya paternidad reclamaba con justicia para sí.

Nadie mejor que él mismo lo decía, en carta escrita en Paris, y dirigida a quien fuera su secretario y amigo el señor Alberto B. Martínez:

«Pensé como cosa segura, que ciertos centros cerebrales que tienen, por decirlo así, el gobierno de las funciones prominentes de la vida orgánica, son el asiento de las diferencias anatómicas que yo buscaba.»

«Me puse en relación, decía, en el año 1881,