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Buenos Aires para reanudar las interrumpidas tareas docentes, consagrándose con nuevos entusiasmos al último y primero de sus amores, al de la ciencia. Traía como resultado benéfico de su viaje por las naciones más adelantadas del orbe, esa proficua cosecha científica y artística que sólo realizan las mentalidades superiores; había observado y aprendido mucho, como lo puso de manifiesto en sus admirables conferencias al iniciar el curso del año 1879.

Terminado este, el doctor Rawson se encontraba en el tranquilo retiro al cual se había acogido voluntariamente al terminar sus funciones de legislador, rodeado por los libros, sus mejores amigos, cuando tanto él, como todo el país, principió a intranquilizarse por la marcha de los acontecimientos políticos del año 1880.

Aproximábase el mes del cruento fratricidio nacional, cuando el comercio de Buenos Aires, hondamente preocupado con el aspecto de la lucha política, resolvió organizar una manifestación pública a objeto de pedir la paz al presidente de la república. A quien buscar para que fuese el porta voz de los anhelos populares? Cual sería el ciudadano augusto, de autoridad y elocuencia suficiente para impresionar con la palabra a otro príncipe de la elocuencia argentina? Sólo existía uno, y ese único, abandonó gustoso la quietud de su retiro, para ofrendar su patriotismo en aras de la tranquilidad y armonía entre hermanos.

El doctor Guillermo Rawson presidió la