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maestro que no ha tenido reemplazante hasta la fecha.

La enseñanza de la higiene no había conseguido salir del período embrionario, hasta aquellos días, puesto que, los pocos conocimientos de tan importante ciencia, dados a los estudiantes, lo eran como un agregado a complemento de la cátedra de Materia médica y terapéutica. El desdoblamiento lógico de enseñanzas tan importantes, debióse a la feliz iniciativa del académico Santiago Larrosa, la cual, según se deja dicho, permitió a la Escuela de Medicina contar con uno de los catedráticos que le dieron mayor lustre y nombradía.

Para que decir que, la expectativa despertada por el anuncio de aquella primera conferencia, y de cuantas la siguieron, no fué defraudada en momento alguno. Su palabra serena, seductora, ilustrada, fluida y tranquila, como los arroyos de la pampa que corren buscando el mar, no tardó en adueñarse del auditorio, dominar todas las mentes y cernirse soberana en las altas regiones de la ciencia, con la serenidad imponente con que el cóndor y el aeroplano dominan y se ciernen por las más altas capas atmosféricas.

La oratoria de Rawson en la cátedra, era única, comparable tan solo a la de José M. Estrada y Manuel Augusto Montes de Oca, que llegaban hasta la grandilocuencia, cuando los animaba el santo amor de la patria y el culto a la ciencia.

La inmensa autoridad moral, que, aparejada