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todos deben felicitarse. El doctor Rawson es un patriota en toda la estensión de la palabra; jamás se afilió en círculos o camarillas, ni abandona el rumbo de los principios para seguir las pasiones imperantes en un momento dado de la vida política de estos pueblos. Siempre ha sostenido en el congreso ideas nobles y progresistas; y una colección de sus discursos sería una fuente de ilustración sobre las materias a que se refieren. Versado profundamente en el sistema político que hemos adoptado, y con calidades de expositor que envidiaría un profesor de las Universidades europeas, el doctor Rawson, cada vez que habla en las cámaras, hace una magnifica lección de ciencia política.»[1]

Tal era el hombre público; grande en todo lo había forjado la naturaleza: Profesaba los principios republicanos con la sinceridad de un Washington; propendía al progreso y a la organización nacional con la clarovidencia de un Rivadavia; dominaba al parlamento con su elocuencia tribunicia, como un Gambetta; y tenía el alma y el sentiimiento religioso de un apóstol.

Pasemos ahora a estudiar el otro Guillermo Rawson, al médico, al filántropo, al hombre de ciencia, y principalmente al genial fundador de la cátedra de Higiene pública en nuestra Facultad de Ciencias Médicas.

Desempeñaba aún las funciones de senador de la nación cuando tuvo lugar en 1873, la

  1. El Congreso Argentino de 1870, por Pedro Goyena.