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escuchan en el club y en las pequeñas reuniones donde le era dado hacer su propaganda libertadora.

Aumenta, en proporción increíble, el número de sus amigos y admiradores, quienes no tardaron en llevarlo a ocupar una banca en la legislatura, a raíz de una parodia electoral como las que se estilaban por entonces. Desde ese fausto momento para la vida política de San Juan, surge una esperanza hasta esos días no sentida. Rawson habla sobre la necesidad de difundir la enseñanza, aumentando las escuelas y centros de educación, hace gran propaganda en pro de la organización del sistema de las comunas, pues no olvida que los municipios salvaron la libertad e hicieron la grandeza de España, y predica en toda hora y momento las ideas republicanas que fueron su credo de gran ciudadano.

Su personalidad se agiganta, su autoridad y prestigio vuélvese avasalladora, pues las armonías de la palabra y solidez de la argumentación, cautivan y convencen, su nombre está en todos los labios, y las esperanzas en todas las almas. El es el hombre del momento, el único suficientemente audaz para arengar a los legisladores y al pueblo contra la omniosa tiranía, y a fé que las esperanzas cifradas en su viril actitud no fueran defraudadas.

Mientras el gran sanjuanino preparaba los ánimos de sus conciudadanos para hacer frente, a la reacción reinvidicadora de libertades y derechos, que presintió su claro talento en un porvenir inmediato, y en todo el país, contra el