Nadie mejor que él mismo podría referir las humillaciones y peligros que pasó, como lógica consecuencia de haber convertido su verba grandilocuente y patriota, en el ariete más formidable para demoler la tiranía que agobiaba a su provincia natal, razón por la cual transcribimos la carta, levantada y sin amarguras, que dirigió a su amigo Hudson, al salir de la prisión: Hela aquí:
Señor Don Damián Hudson.
Amigo muy querido:
Nuestra frecuente correspondencia, tan interesante para mí, fué interrumpida por la amabilidad del señor Benavides y C.a; quiso tenerme tan cerca de sí, tan exclusivamente ocupado de su cariño, que me hizo trasportar a San Clemente y asegurarme allí con una arroba de hierro puesta en mis pobres piernas. Eso pasó, estoy ya libre, después de quince días de tortura; y lo primero que afectó mi corazón al volver a la luz, fué la noticia de los esfuerzos fervientes de mi excelente amigo Hudson en favor de esta pobre víctima. No puede usted imaginar cuán hondamente me ha conmovido su solícito empeño, y la amigable deferencia con que el señor Segura, y mi estimado compañero el doctor García se han prestado a secundar sus conatos. Prescindiendo de la utilidad