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que os acompaña en vuestra satisfacción y regocijo, os felicita alta y sinceramente por el honor que vuestro aprovechamiento la hace; felicita a vuestro padre, a Buenos Aires, a la República toda por los días de triunfo y gloria que vuestro genio le prepara. No es este paso hijo de un entusiasmo del momento, no una oficiosidad gratuita, es una debida justicia; no es una ofrenda perecedera, una flor fragante deshojada sobre la frente de un hombre en una hora feliz de su vida, es un obelisco perennal de tan larga duración como los archivos que lo han de contener; es un signo histórico que señalará para siempre un gran acontecimiento nacional — la aparición de un astro sobre nuestro horizonte; porque, perdonéme vuestra modestia, vos sois una estrella brillante que nace para la República.

Los hombres como vos, doctor Rawson, son una sonrisa del cielo, una dádiva preciosa, un impulso de perfección y mejora, impreso por la mano de Dios en la carrera progresiva del género humano. Vosotros sois la verificación positiva de la perfección total que sueña la fantasía. Venidos de tiempo en tiempo como los cometas, llevais como ellos, en pos de vosotros, las miradas absortas del mundo entero que ilumináis. olocados entre la humanidad y su Creador, entre la obscuridad y la luz, entre la tierra y el cielo, estáis organizados para comprender y revelar los secretos de la vida y la muerte, la ciencia de los siglos, de la humanidad, de Dios, para comprenderlo y explicarlo todo, para guías y bienhechores de los pueblos y naciones; vosotros sois, por fin, la lluvia de gracia para el mundo profano.

Muchos y muy bellos porvenires han bajado en diferentes épocas las gradas de esta cátedra; pero otro