premiar el mérito, y la aplicación, alentar a todos, hacer justicia a la superioridad de nuestros talentos patrios, y dar, por fin, esplendor y personalidad a nuestra inteligencia. Honrar los talentos extraordinarios de uno de nosotros, es honrarnos nosotros mismos; honrar la Universidad, la patria, la civilización. Poniendo, como a V. S. lo vamos a suplicar, una corona bien merecida de gloria en la frente iluminada de uno de nuestros alumnos, lanzamos una chispa de noble y generosa ambición dentro y fuera de los claustros de la Universidad, y damos un impulso progresivo a las ciencias y las artes. Alguno ha de ser, señor, el segundo nombre famoso que continúe la nómina de nuestras capacidades gerárgicas, porque es preciso, señor, que nosotros, como todos los pueblos, las tengamos; y el del alumno que motiva esta solicitud, no cede en dignidad y dimensiones a ningún otro nombre que se pueda proponer.
Desde su ingreso a las escuelas de Medicina, llamó la atención de los infrascritos, la extraordinaria capacidad inteligente del joven D. Guillermo Rawson; y sus buenos y sólidos conocimientos en varios ramos de instrucción literaria, su aplicación y rápidos progresos en la muy difícil ciencia del hombre, anunciaron días de satisfacción y triunfo para la Universidad. Estos días han llegado: sus exámenes, y muy particularmente el general y práctico con que se ha despedido de las aulas, han sido brillantísimos, a punto que han inspirado a los infrascritos la idea de esta solicitud. El Departamento de Medicina, señor, está muy lejos de pensar, que la gracia que de V. S. solicita para su alumno, sea un premio acordado a la superioridad del talento. No, señor: el talento no merece premio por sí mismo, por no