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la contestación del profesor, y yo no hablé más del asunto en aquel día. Al siguiente día, el Padre Gomila se paseaba en los claustros del colegio como de costumbre; cuando acerté a pasar por allí cerca, el Padre me llamó y me dijo estas palabras: — «Anoche he pensado mucho en sus observaciones de ayer: creo que eso es más serio de lo que parece, y que es preciso no echarlo en olvido.»

Cinco años más tarde el Congreso de los Estados Unidos votaba con gran dificultad y sin fe alguna en los resultados, una suma pedida por el pintor Morse para ensayar un nuevo sistema de comunicación eléctrica entre Washington y Baltimore. El ensayo, muy laborioso hubo de abandonarse más de una vez, y prevaleció, al fin, con el nombre de «Telégrafo eléctrico», constituyendo uno de los descubrimientos más maravillosos de la edad presente, cuyas benéficas y prodigiosas aplicaciones cubren la tierra y la envuelven en una corriente animada de simpatía humanitaria. Morse es un nombre glorioso que no se borrará de las páginas más brillantes de la historia. El mismo principio señalado por mí en el modesto recinto de mi escuela en 1840, había sido aplicado con alguna modificación práctica en 1846; la gloria se me había aparecido por un momento; no supe utilizar sus inspiraciones, y ella tendió su vuelo al otro extremo de la América para incorporarse en quien mejor que yo lo merecía. «Este es tu telégrafo», me dijo mi padre en San Juan cuando leyó en los periódicos la primera noticia del invento; y con esas palabras me quedé candorosamente satisfacho, prometiéndome seguir, gozando en ellas todos los progresos y desenvolvimientos del telégrafo.