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Y bien, mis jóvenes amigos, yo creo que un hombre á quien le ha tocado en suerte prestar tal servicio á su país, merece la consideración pública, y no sé hasta qué punto, jóvenes,—que sin duda encierran brillantes esperanzas que espero cuajen en fruto, pero que hasta ahora no han sido útiles á su país,—puedan, no diré con justicia, puedan con derecho levantar su voz airada para desconocer esos servicios y agraviar á su autor.
Hay algo más: hace apenas dos años que se acumulaban en nuestro horizonte nubes de tormenta, y el sentimiento público se concen-