los quales, malamente heridos, fueron llevados á la presencia del Régulo.
Mientras se deliberaba sobre el genero de muerte que debian sufrir estos, como enemigos declarados del pais; la Ulmena, ó sea la muger del Príncipe, movida á compasion, intercedió con el marido por ellos, y obtenida la gracia, los desato con sus propias manos, los curó amablemente, y siguió tratandolos cómo si fuesen sus hermanos. Restablecidos que fueron de sus heridas, les suplicó, pues, que enseñasen á su hijo el arte de servirse de los caballos, algunos de los quales habian quedado vivos en su derrota. Los dos Españoles se ofrecieron gustosos á complacerla, esperando prevalerse de esta ocasion para ponerse en libertad. Pero habiendolo podido hacer sin ser ingratos á su bien hechora, supuesto que no estaban custodiados, se convinieron en tomar un expediente que no les escusa de esta nota.
Un dia que el joven Príncipe cavalgaba entre los dos, escoltado de sus flecheros, y precedido de un Ministro armado con una lanza, Monroy arrojandosele encima, lo echó por tierra con dos ó tres heridas mortales, que le dió con un puñal que llevaba oculto en la faltriquera. Al mismo tiempo Miranda, quitada la lanza al escudero, se hizo lejos entre las guardias aturdidas de un accidente tan improviso. Y como ambos estaban bien montados,