caba de sus minas, hasta que fué destruida por el Toqui Paillamacu.
Durante esta expedicion, Alonso Reynoso, Comandante de Cañete, despues de haber solicitado largo tiempo, ya con premios, ya con tormentos la entrega de Caupolican, encontró uno mas débil que los demas, el qual prometió descubrir el lugar donde se habia acantonado despues de su derrota. Un destacamento de caballería conducido por esta espia se apoderó al venir el dia, de la persona de aquel grande hombre, no sin mucha resistencia de parte de diez de sus mas fieles soldados que jamas habian querido abandonarlo. Su muger, que no habia cesado durante la pelea de exhortarlo á dexarse matar antes que rendirse, viendolo preso le tiró por la cara, toda enfurecida, su pequeño hijo, diciendo, que no quería tener nada de un cobarde.
El destacamento, habiendo entrado en la ciudad entre los aplausos del pueblo, entregó su prisionero á Reynoso, este luego lo condeno á morir empalado y asaeteado. Caupolican, sin alterarse, ni faltar á su decoro le dixo: "De mi muerte, ó General, no podreis sacar otro fruto que el de inflamar mucho mas el odio ya demasiado encendido de mis compatriotas contra vuestra nacion. Ellos estan muy lejos de desmayarse por la pérdida de un Xefe infeliz. De mis cenizas se levantaran tambien muchos