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del Reyno de Chile.

todas partes, y mientras les dura la impresion del hedor, apenas comen lo muy preciso para no morirse de hambre.

Conociendo muy bien el Chingue la poderosa eficacia de unas armas tan singulares que le dió la naturaleza, no se sirve jamas de los dientes ni de las uñas contra los enemigos de toda su especie: bien que es de suyo apacible y aficionado á los hombres, á los quales se acerca sin ningun genero de rezelo: entra libremente en las casas de campo para comerse los huevos, que busca recorriendo los gallineros: pasa intrepidamente por en medio de los perros, y usa con entera libertad de los privilegios que le concede el salvo conducto que lleva consigo, y que jamas le disputa ningun viviente: porque los perros por su parte, en vez de embestirle, huyen de él quanto pueden; y los labradores por la suya no se atreven á matarle ni aun con la escopeta, temiendo quedar infestados de su licor si yerran el tiro. Sin embargo, no faltan algunas personas osadas que acercandoseles silenciosamente, y cogiendolos de improviso por la cola, los levantan en alto, para que estirandose los musculos de la vexiguilla, se cierre el orificio; y en este estado les matan: bien que no pocas veces queda castigada su temeridad con una rociada abundante.