tuvo el combate el batallón de picas, dando lugar en tanto que peleaban animosos á que las filas desordenadas se volviesen á componer y descargasen una gran lluvia de zaetas, piedra y varas tostadas: encendióse conel mayor furor la batalla, de suerte que cuanto era mas atroz en los indios el estrago, tanto era mayor la obstinación ó intrepidez con que se entraban por las puntas de las espadas y las lanzas; y no era menor el ardimiento con que disparaban sus gavias y piedras, haciendo dificultoso á los nuestros el sostener el combate, atormentados y entorpecidos los brazos con los golpes de las piedras; de modo que advirtiendo el Capitán Antonio de Salazar el caimiento con que sus soldados manejaban las armas, lleno de fervor y ardimiento les dijo: ¿A donde está el valor, Castellanos? Cómo se rinde el ánimo acostumbrado á vencer batallas tan árduas y sangrientas como las de Méjico y Utatlan: y si alli el aliento fué por conseguir nombre, aqui ha de ser por conservarle y defender las vidas: volved los ojos á vuestras propias hazañas, para no borrarlas ahora con el descrédito, ni ser victimas sacrificadas por estos bárbaros infieles. Tal fué el aliento y coraje que causó en los infantes esta memoria de sus pasados hechos, que como si del descanso salieran á la batalla, la renovaron con tan grande ardimiento, que entrándose por las escuadras enemigas, hicieron terrible estrago en aquellos infelices. Pero aun no se rendían estos valientes guerreros; hasta que advirtiendo Gonzalo de Alvarado, que un indio distinguido por su gran penacho y demás insignias, era el que mandaba y animaba á los otros, como cabo principal del ejército, asechando ocasión de acometerle á su salvo, en la primera que le ofreció la suerte, poniendo piernas al caballo y dirigiéndose contra este gran Cacique (Canilacab) y atravesándolo de parte á parte con la lanza, lo hizo caer muerto en tierra; con cuyo golpe, desordenado y confundido todo el ejército, volvió las espaldas quedando muchos indios en el campo y huyendo otros: siguieron á estos en su fuga los Castellanos hasta el pueblo de Malacan. Aqui recibió Gonzalo de Alvarado embajada de los principales de este lugar, (M. S. Quich. fól. 10) con presente
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