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dres asistían á los indios cristianos, no solo en lo espiritual, sino también en lo temporal, curándolos y asistiéndolos en sus enfermedades, venían en tropas á pedir el santo bautismo: de suerte que en los pocos meses que estuvieron en aquellas tierras los tres Religiosos, instruyeron en la doctrina cristiana y bautizaron mas de 5000 almas: que con los 700 adultos y los párvulos que bautizó el año antecedente el P. Fr. Cristóval, pasaban de 6,000 indios que recibieron el bautismo en la Taguzgalpa.

Cuando con mas prosperidad caminaban las reducciones de estos infieles, viéndose el enemigo del género humano en vísperas de perder el largo imperio que habia obtenido de tan gran multitud de almas, instigó á la nación de los Albatuinas, para que quitasen la vida á los misioneros. Vinieron estos aleves simulando deseos de convertirse y pidieron á los Padres pasasen á sus rancherías á istruirlos de los dogmas de nuestra santa Fé: los Religiosos convinieron en ir como les pedian los Albatuinas; mas estos infieles, mudando de parecer, no aguardaron á que los misioneros fuesen á sus tierras, sino que ellos vinieron al pueblo de los cristianos en busca de los Padres; y cercando la casita donde habitaban, sin que fuesen poderosos para defenderlos los indios convertidos, los prendieron y maniataron como malhechores, los pasearon por los lugares dondo habían predicado, dándoles crueles golpes con sus macanas y machetes: reprendíanles su obstinación y afeábanles su delito los Religiosos; pero ellos mas se emberrinchinaban y cogiendo al P. Comisario lo sentaron sobre una aguda lanza y clavada esta en el suelo le iba penetrando y rasgando las entrañas hasta salir por el cogote con terribles tormentos: cortáronle después una mano; y por último, le quebraron las piernas con machetes, en cuyos acervos dolores espiró. Los otros dos Religiosos consumaron su martirio á fuerza de golpes y heridas que les dieron con lanzas y machetes, quebráronles también las piernas y finalmente les cortaron las cabezas.

Habiendo sabido el Señor Gabernador de Honduras, Don Juan de Miranda, la cruelísima muerte, que habían