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chera; pero los valerosos Copanes, que no perdían movimiento del ejército Español, luego que lo vieron mover, coronaron las trincheras de soldados de las naciones mas bravas y esforzadas de su campo, que resistieron con bizarría. No pudiendo la infantería ganar sitio en la trinchera, vino en su socorro la caballería: trabóse el encuentro mas sangriento y terrible que vieron los siglos; porque cargando todas las compañías de Copan á la defensa de aquel sitio y persistiendo los Españoles dentro del foso, parecían montes á los botes de las picas, golpes de las piedras y heridas de las saetas que descargaban sobre ellos. Intentaron muchas veces los infantes subir á la trinchera; pero al ímpetu de las piedras y botes de lanzas que recibían en las rodelas caían al foso: mas esto no lo conseguían los indios, sino á costa de innumerables vidas. Llevaban largo tiempo de batalla sin que ni uno ni otro campo cediese de su intento, hasta que animado Juan Vázquez de Osuna, dándole espuelas al caballo, saltó el foso, llevándose el caballo con los pechos parte de aquellos céspedes y palizada que formaban la trinchera, y espantado con el ruido que al caer hicieron los maderos, atropello á cuantos indios estaban en el paso: con cuyo ejemplo se aventuraron á saltar por la misma brecha otros caballos, causando éstos tanta turbación en los Copanes, que, acometidos de los nuestros, fueron rotos, destrozados y deshechos.

Mas no por esto se dio por vencido Copan Calel, sino que recogiéndose á unos cuarteles donde tenia algunas reclutas, hizo con ellas el último esfuerzo por conservar su libertad; pero estos soldados como pocos, aunque muy diestros y valerosos, en breve cedieron á las armas castellanas. No fallaron recursos en este último contraste de su destino al valiente Cacique; pues dejando su domicilio, se retiró á Sítala, lugar de su Señorío, de donde volvió auxiliado de los Señores comarcanos contra su corte de Copan, dominada de los Españoles. Por dos veces intentó recuperar su pérdida; pero la aumentó con la de sus mejores Capitanes, quedando enteramente roto y destrozado su ejército, hasta que, enseñado de su desgracia y aconsejado de los suyos, resolvió rendir