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los Cabos, Pedro González Nájera prorumpió en estas palabras: Si haber de morir todos nosotros sitiados dentro de esta Ciudad en su defensa y por su conservacion será gloria; cuanta mayor corona conseguirá el que por asegurar la vida de todos y establecer la fé y el dominio de nuestro Rey, osase á penetrar por entre tantas huestes de bárbaros armados, para traer el socorro, que se pretende de Méjico. Ya la paciencia y tolerancia castellana, sufriendo baldones de esta canalla, ha llegado hasta los términos del valor y la constancia: yo pretendo morir á manos de estos aleves, por la defensa de la Patria y seguridad de tantos compañeros ilustres. Escríbanse las cartas para Don Pedro de Alvarado, que yo me ofrezco á partir para Méjico y ponerlas en sus manos. Atónitos y confusos quedaron todos los de la junta, al oir la resolucion y bizarría de este verdadero patriota. Pero el Regidor Don Pedro Portocarrero, con la madurez que le era natural, hizo presente á toda aquella asamblea el peligo á que se esponia la República de perder un vecino como Pedro Gonzalez Nájera, diciendo: Si con morir un hombre de tanto valor y nombre, á manos de la temeridad, se soldaran las quiebras de todo un Reino, pudiera ser permitido tal arrojo; pues ya hubo muchos, que por salvar a los suyos, entregaron sus cuellos al cuchillo; pero si el morir el Capitan Pedro Gonzalez Nájera, á manos de los rebeldes solo ha de servir de perder el valor de su brazo, quedándonos en los propios lances sangrientos que ahora esperimentamos, es escusado hablar mas palabras en lance tan arriesgado y tan incierto. Pero este valeroso Capitan, picado del punto y crédito de su sangre, respondió intrépido y arrojado: que si de lo que proponía su zelo y seguridad del suceso, por ser causa de Dios que le movia y el servicio del Rey que le alentaba, podia dudarse ó recelar su ejecucion, que sin las cartas, con solo el crédito de su verdad, se pondría en Méjico, con el aviso de aquel trabajo. Oida la determinacion de Pedro Gonzalez Nájera, el Teniente General Gonzalo de Alvarado le agradeció de parte del Rey servicio tan señalado; y entregadas las cartas para Don Pedro de Alvarado, que creían en Méjico, esperaban con