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afecciones, lo lleva á la frontera, al desierto, al hambre, al frío, á los tormentos y á los peligros, para que con su valor y su sangre defienda la sociedad amenazada por los indios.

Lo llevan prometiéndole alimentos, ropa, paga y pro fin la libertad después de seis meses de servicio: pero en lugar de alimento, encuentra hambre; en lugar de ropa, desnudez y frío; en vez de su paga, recibe palos y estaqueadas; y en vez de seis meses de sacrificios se pasan tres años sin que piensen devolverlo á su hogar.

Desesperado de su esclavitud y su miseria huye de una tiranía insoportable y de un servicio que había ultrapasado los límites del deber y de la justicia y vuela á su rancho, á los brazos de su mujer y de sus hijos.

Pero allí

No halló ni rastro del rancho,
Solo estaba la tapora!
Por Cristo, si aquello era
Pa enlutar el corazón.


Le dejamos la palabra á Martín Fierro:

Yo juré en esa ocasión
Ser más malo que una fiera!
Los pobrecitos muchachos
Entre tantas afliciones
Se conchabaron de piones.
¡Mas que iban á trabajar,
Si eran como los pichones
Sin acabar de emplumar.
Los pobrecitos tal vez,
No tengan ande abrigarse.
Ni ramada ande ganarse.
Ni rincón ande meterse.
Ni camisa que ponerse.
Ni poncho con que taparse.


¡Cuánto sentimiento, cuánto dolor, cuánta poesía!

Por fin, sin familia, sin bienes, sin hogar y perseguido como vago, halla refugio en la pulpería y el pajonal; nace en él el matrero, nómade y camorrista, y pelea y mata porque destruidos los lazos que le unían á la sociedad, su miseria, la persecución que se le hace y el peligro contínuo en que se encuentra, han borrado de su espíritu toda idea de respeto, despertando en él los instintos del desierto, de la soledad y de la independencia de todo convencionalismo, coronando la pendiente fatal de sus instintos el desprecio de las vidas agenas y aun de la propia.