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autor, el que se conocía á fines del siglo pasado. Esto no importa para que sus relaciones tengan un colorido local muy poético, haciéndolas más interesantes el empleo que en ellas hace del lenguaje del gaucho, usando de sus modismos y figuras é imitando sus faltas de gramática, con tanta naturalidad y chistes tan ingeniosos que entretiene y deleita su lectura.




La obra más amena, ingeniosa y original de esta literatura singular, se debe á Estanislao del Campo, y se titula Fausto (1835).

En este estraño poema, Don Anastasio el Pollo cuenta á su manera á su aparcero Don Laguna, el argumento de aquella ópera, que vió representar en Buenos Aires.

Prescindiendo de algunas inverosimilitudes, divierte é interesa mucho esta especie de parodia del pensamiento poético de Goethe relatada por un campesino ingénuo, que cree realmente haber visto al diablo en el teatro. Poco á poco, dice Mefistófeles,

Si quiere hagamos un pato:
Usté su alma me ha de dar
Y yo en todo lo he de ayudar.
Le parece bien el trato?
Como el dotor consintió,
El diablo sacó un papel.
Y le hizo firmar en él
Cuanto la gana le dió.


Todo está dicho con suma sencillez, y nada hay que exceda la comprensión del rústico narrador.

Hay, en el poema, redondillas muy felices, por la rápida viveza con que se precipita el relato. Así cuando el capitán presenta á Mefistófeles la cruz de la espada:

Viera al diablo retorcerse
Como culobra ¡aparcero!
¡Oiganle!
Mordió el acero
Y comenzó á estremecerse.


Aumenta el encanto de la escena, el idioma propio de sus actores, que se presta admirablemente para la expresión espontánea y genuina de las ideas que despierta tanta escena maravillosa en sus cerebros deslumbrados. La acción se desenvuelve en un diálogo sabroso, en el que cruzan,