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CAPÍTULO VI

ÉPOCA ROMÁNTICA


La civilización antigua y la moderna ó el genio clásico y el romántico se dividieron el mundo de la literatura y del arte, ostentando, el uno, las formas regulares y armónicas de su modesta y uniforme civilización, presentándonos el otro los símbolos confusos, terribles y enigmáticos de su civilización compleja y turbulenta.

El espíritu del siglo, llevaba á todas las naciones á emanciparse, á gozar de la independencia, no sólo política, sino filosófica y literaria; á vincular su gloria no sólo en libertad, en riqueza y en poder, sino en libre y expontáneo ejercicio de facultades morales y de consiguiente en la originalidad de sus artistas.

La literatura argentina había nacido clásica, pero pronto cambió de rumbos, buscando en las flexibles formas del romanticismo, más ancho campo á su imaginación naciente. Porque eran precisamente las incipientes literaturas sud americanas, las que se hallaban en mejores condiciones para cambiar de escuela.

La cultura empezaba; verdad que se había sentido el influjo del clasicismo, pero fué sólo de rechazo, y aunque algino lo profesara, lo hacía sin séquito, porque no podía existir opinión pública racional sobre materia de gusto en donde la literatura estaba en embrión, y no era una potencia social.

Conocidas las discusiones sobre las escuelas, sostenidas por los escritores europeos, no titubearon los de estos países en inclinarse decididamente al romanticismo, á esa sublime poesía, que fiel á las leyes esenciales del arte no imita, ni copia, sino que busca sus tipos y colores, sus pensamientos y formas en sí misma, en su religión, en el mundo que la rodea, y produce con ellos obras bellas y originales.