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fué igual á su sorpresa cuando, después de encontrar ruínas en vez de la fortaleza, buscaba á su consorte y sólo tropezaba con los despojos de la muerte. Pero en vez de acobardarse, lánzase resueltamente en busca de su esposa, hasta que la encuentra, esclava del bárbaro salvaje y sometida á los más crueles sufrimientos.

Lo que había sucedido era esto: Siripo había heredado la funesta pasión de su hermano y creyó que la bella cautiva haría el dulce destino de su vida.

Pero para Lucía la libertad y aún la vida eran poco, comparada con la fé conyugal prometida al esposo amado y rechaza con desdén la proposición del salvaje, prefiriendo la esclavitud, que le dejaba su honra.

Desde el encuentro de Hurtado con Lucía, la tragedia adquiere un interés extraordinario.

Despiértanse los celos en el alma de Siripo y resuelve la muerte del odioso rival. Lucía, por salvar á su esposo, renuncia al tono altivo con que trataba al indio, ruega, suplica y llora, hasta conseguir la revocación de la terrible sentencia, á costa de una condición: que los esposos han de renunciar al lazo que los une, y que Hurtado ha de tomar mujer nueva entre los que vivían en la tribu.

Pero vanas promesas! El cariño se sobrepone á todo, y el aparente despego de Lucía desaparece para dar lugar, en las ausencias de Siripo, á escenas en que brilla, con la intensidad de la pasión, la fidelidad jurada por siempre al desgraciado capitán. Conocidos los extremos á que llegaba el fuego tan inextinguible, por denuncia de la más despechada de sus mujeres, el cacique, comprobada la delación, manda arrojar á Lucía en una hoguera y hace que su esposo sucumba bárbaramente asaeteado.