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menta dos veces al día, ni tampoco por cada mar en la baja, quedando entonces las naves encalladas en la arena. Conque, así por el flujo como por el reflujo, era dificultoso combatirlas; que si tal vez a fuerza de obras atajado el mar con diques y muelles terraplenados hasta casi emparejar con las murallas desconfiaban los sitiados de poder defendersea la hora, teniendo a mano gran número de bajeles, embarcábanse con todas sus cosas y se acogían a los lugares vecinos, donde se hacían fuertes de nuevo, logrando las mismas ventajas en la situación; y esto lo podían hacer más fácilmente gran parte del estío, porque nuestra escuadra estaba detenida por los vientos contrarios, y era sumamente peligroso el navegar por mar tan vasto y abierto, siendo tan grandes las mareas y casi ningunos los puertos.

XIII. Por eso la construcción y armadura de las naves enemigas era en esta forma: las quillas algo más planas que las nuestras, a fin de manejarse más fácilmente en la baja marea. La proa y popa muy erguidas contra las mayores olas y borrascas. La madera toda de roble, capaz de resistir a cualquier golpe violento. Los bancos de vigas tirantes de un pie de tabla[1] y otro de canto, clavadas con clavos de hierro gruesos como el dedo pulgar. Las áncoras, en vez de cables, amarradas con cadenas de hierro.


  1. César: pedalibus in latitudinem trabibus. Entiéndese que quiere decir que las vigas tenían un pie de grosor y otro de anchura, esto es, tanto de tabla como de canto, sin hablar de lo largo que vendrían a tener.