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zar las trincheras, reducidas ya las cosas al extremo, el primer centurión, Publio Sextio Baculo, que, como queda dicho, recibió tantas heridas en la jornada de los Nervios, vase corriendo a Galba, y tras él Cayo Voluseno, tribuno, persona de gran talento y valor, y le representan que no resta esperanza de salvarse si no se aventuran a salir rompiendo por el campo enemigo. Galba, con esto, convocando los centuriones, advierte por su medio a los soidados que suspendan por un poco el combate, y que, no haciendo más que parar los golpes, tomen aliento; que después, al dar la señal, saliesen de rebato, librando en su esfuerzo, toda esperanza de salvación.

VI. Como se lo mandaron, así lo hicieron: rompen de golpe por todas las puertas[1], sin dar lugar al enemigo ni para darse cuenta de lo que ocurríani menos para unirse. Con eso, trocada la suerte, cogiendo en medio a los que se imaginaban ya dueños de los reales, los van matando a diestro y siniestro, y muerta más de la tercera parte de más de treinta mil bárbaros (que tantos fueron, según consta, los que asaltaron los reales), los restantes, atemorizados, son puestos en fuga, sin dejarlos hacer alto ni aun en las cumbres de los montes. Batidas así y des-


  1. Cuatro solían ser las de los reales: la Praetoria, en la frente de ellos, donde alojaba el general; la Decumana, al lado opuesto, en las espaldas; la Principal, por donde solían entrar y salir los oficiales de la plana mayor: la Quintana, por donde se introducían las provisiones. La Decumana, que se llama trasera o de socorro, tenía también los nombres extraordinaria, quaestoria.