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que habían llegado las primeras, delineado el campo, empezaron a fortificarlo. Luego que los enemigos cubiertos en las selvas avistaron los primeros bagajes de nuestro ejército, según lo concertado entre sí, estando de antemano bien prevenidos y formados allí mismo en orden de batalla, de repente se dispararon con todas sus tropas y se dejaron caer sobre nuestros caballos. Batidos y deshechos éstos sin resistencla, con velocidad increíble vinieron corriendo hasta el río, de modo que casi a un mismo tiempo se les veía en el bosque, en el río y en combate con los nuestros. Los del collado opuesto con igual ligereza corrieron a asaltar nuestras trincheras y a los que trabajaban en ellas.

XX. César tenía que hacerlo todo a un tiempo: enarbolar el estandarte[1], que es la llamada a tomar las armas; hacer señal con la bocina; retirar los soldados de sus trabajos; llamar a los que se habían alejado en busca de fagina; escuadronar el ejército; dar la contraseña; arengar a los soldados. Mas no permitía la estrechez del tiempo ni la ave nida de los enemigos dar expediente a todas estas cosas. En medio de tantas dificultades, dos circunstancias militaban a su favor: una era la inteligencia y práctica de los soldados, que, como ejercitados en las anteriores batallas, podían por sí mismos dirigir cualquier acción con tanta pericia como sus cabos; la otra haber intimado César la orden que nin-


  1. Colocábase sobre la estancia del general, y tenía la figura de un sayo de grana.