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los soldados los conjuraban que no las abandona sen a la tiranía de los Romanos.

LII. César señaló a cada legión su legado y su cuestor[1], como por testigos del valor con que cada cual se portaba; y empezó el ataque desde su ala derecha, por haber observado caer hacia allí la parte más flaca del enemigo. Con eso los nuestros, dada la señal, acometieron con gran denuedo. Los enemigos de repente se adelantaron corriendo con tal rapidez, que a los nuestros no quedó lugar bastante a disparar sus lanzas. Inutilizadas éstas, echaron mano de las espadas. Mas los Germanos, abroquelándose prontamente, conforme a su costumbre, recibieron los primeros golpes. Hubo varios de los nuestros que, asaltando sobre la empavesada de los enemigos y arrancándoles los escudos de las manos, los herían desde encima. Derrotados y puestos en fuga en su ala izquierda, los enemigos daban mucho que hacer en la derecha a los nuestros, por su muchedumbre. Advirtiéndolo Publio Craso el mozo, que mandaba la caballería, por no estar empeñado en la acción como los otros, destacó el tercer escuadrón a socorrer a los que peligraban de los nuestros.

LIII. Con lo cual se rehicieron, y todos los enemigos volvieron las espaldas; ni cesaron de huir hasta tropezar con el Rhin, distante de allí poco me nos de cincuenta millas, donde fueron pocos los que


  1. En Roma eran como tesoreros y contadores de la República, que llevaban la cuenta y razón de las rentas y cualquiera otra hacienda de ella.