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migo; mas visto que ni por eso se movía, ya cerca del mediodía recogió los suyos a los reales. Entonces por fin Ariovisto destacó parte de sus tropas a forzar las trincheras de nuestro segundo campo. Peleóse con igual brío por ambas partes hasta la noche. Al ponerse el sol, Ariovisto, dadas y recibidas muchas heridas, tocó la retirada. Inquiriendo César de los prisioneros la causa de no querer pelear Ariovisto, entendió ser cierta usanza de los Germanos que sus mujeres hubiesen de decidir por suertes divinatorias si convenía o no dar la batalla, y que al presente decían "no poder los Germanos ganar la victoria si antes de la luna nueva daban la batalla".

LI. Al otro día César, dejando en los dos campos la guarnición suficiente, colocó los auxiliares de a pie delante del segundo, a vista del enemigo, para suplir en apariencia el número de los soldados legionarios, que en la realidad era inferior al de los enemigos. El mismo en persona, formado su ejército en tres columnas, fué avanzando hasta las trincheras contrarias. Los Germanos entonces a más no poder salieron fuera, repartidos por naciones, a trechos iguales, Iarudes, Marcomanos, Tribocos, Vangiones, Nemetes, Sedusios y Suevos, cercando todas las tropas con carretas y carros para que ninguno librase la esperanza en la fuga. Encima de los carros pusieron a las mujeres, las cuales, extendiéndo sus abiertas manos[1] y llorando amargamente, al desfilar


  1. Gesto propio del suplicante antiguo.