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los, con averiguar el caso podrán certificarse de cómo Ariovisto, al cabo de muchos meses que sin dejarse ver estuvo acuartelado metido entre pantanos, viendo a los Galos aburridos de guerra tan larga, desesperanzados ya de venir con él a las manos y dispersos, asaltándolos de improviso, los venció, más con astucia y maña que por fuerza. Pero el arte que le valió para con esa gente ruda y simple, ni aun él mismo espera le pueda servir contra nosotros. Los que disimulan su miedo con la dificultad de las provisiones y de los caminos, manifiestan bien su presunción, mostrando que, o desconfían del general, o quieren darle lecciones, que no vive él tan descuidado: los Sequanos, Leucos y Lingones están prontos a suministrar trigo, y ya los frutos están sazonados en los campos; qué tal sea el camino, ellos mismos lo verán presto. Decir que no habrá quien odebezca ni quiera llevar pendones, nada le inmuta, sabiendo muy bien que, cuando algunos jefes fueron desobedecidos de su ejército, eso provino de que, o les faltó la fortuna en algún mal lance, o por alguna extorsión manifiesta descubrieron la codicia. Su desinterés era conocido en toda la vida, notoria su felicidad en la guerra helvecia. Así que iba á ejecutar sin más dilación lo que tenía destinado para otro tiempo, y la noche inmediata, de madrugada, movería el campo para ver si podía más con ellos el pudor y su obligación, que no el miedo. Y dado caso que nadie le siga, está resuelto a marchar con sola la legión décima, de cuya lealtad no duda, y ésa será su compañía de guardias. Esa le-