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tan sin más ni más faltase a su deber? Antes tenía por cierto que, sabidas sus demandas, y examinada la equidad de sus condiciones, no había de renunciar su amistad ni la del pueblo romano; mas, suponiendo que aquel hombre, arrastrado por la cólera y la demencia, viniese a romper, ¿de qué temblaban tanto?, ¿o por qué desconfiaban de su propio esfuerzo o de la vigilancia del capitán? Ya en tiempo de nuestros padres se hizo prueba de semejantes enemigos, cuando en ocasión de ser derrotados los Cimbros y Teutones por Cayo Mario, la victoria, por opinión común, se debió no menos al ejército que al general. Hízose también no ha mucho en Italia, con motivo de la guerra[1] servil, en medio de que los esclavos tenían a su favor la disciplina y pericia aprendida de nosotros, donde se pudo echar de ver cuánto vale la constancia; pues a éstos, que desarmados llenaron al principio de un terror pánico a los nuestros, después los sojuzgaron armados y victoriosos. Por último, esos Germanos son aquellos mismos a quienes los Helvecios han batido en varios encuentros, no sólo en su país, sino también dentro de la Germania misma; los Helvecios, digo, que no han podido contrarrestar a nuestro ejército. Si algunos se desalientan por la derrota de los Ga-


  1. César: servili tumultu. Los esclavos eran Galos y Germanos en gran número, acaudillados de Crixo, Enomao y Espartaco. Hicieron temblar a toda Roma, no menos que cuando Aníbal estuvo a sus puertas. Al fin los derrotó el pretor M. Craso.