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Los primeros a mostrarlo fueron los tribunos y prefectos de la milicia, con otros que, siguiendo desde Roma por amistad a César, abultaban con voces lastimeras el peligro a medida de su corta experiencia en los lances de la guerra. De éstos, pretextando unos una causa, otros otra, de la necesidad de su vuelta, le pedían licencia para retirarse; algunospicados de pundonor, por evitar la nota de medrosos, quedábanse, sí, mas no acertaban a serenar bien el semblante, ni a veces a reprimir las lágrimas: cerrados en sus tiendas, o maldecían su suerte, o con sus confidentes se lamentaban de la común desgracia. No se pensaba sino en otorgar testamentos. Con los quejidos y clamores de éstos, insensiblemente iba apoderándose el terror de los soldados más aguerridos, los.centuriones y los capitanes de caballería, Los que se preciaban de menos tímidos decían no temer tanto al enemigo como el mal camino, la espesura de los bosques intermedios y la dificultad del transporte de los bastimentos. Ni faltaba quien diese a entender a César que cuando mandase alzar el campo y las banderas, no querrían obedecer los soldados ni llevar los estandartes, de puro miedo.

XL. César, a vista de esta consternación, llamando a consejo, a que hizo asistir los centuriones de todas clases, los reprendió ásperamente: "lo primero, porque se metían a inquirir el destino y objeto de su jornada. Que si Ariovisto en su consulado solicitó con tantas veras el favor del pueblo romano, ¿cómo cabía en seso de hombre juzgar que