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con la vieja de Ariovisto, no sería tan fácil oponerles resistencia. Por eso, proveyéndose lo más presto que pudo de bastimentos, a grandes jornadas marchó al encuentro de Ariovisto.

XXXVIII. A tres días de marcha tuvo aviso de que Ariovisto iba con todo su ejército a sorprender a Besanzón, plaza muy principal de los Sequanos, y que había ya caminado tres jornadas desde sus cuarteles. Juzgaba César que debía precaver con el mayor empeño no se apoderase de aquella ciudad, abastecida cual ninguna de todo gênero de municiones, y tan bien fortificada por su situación, que ofrecía gran comodidad para mantener la guerra, ciñéndola casi toda el río Dubis como tirado a compás; y por donde no la baña el río, que viene a ser un espacio de seiscientos pies no más, la cierra un monte muy empinado, cuyas faldas toca el río por las dos puntas. El muro que lo rodea forma del monte un alcázar metido en el recinto de la plaza. César, pues, marchando día y noche la vuelta de esta ciudad, la tomó, y puso guarnición en ella.

XXXIX. En los pocos días que se detuvo aquí en hacer provisiones de trigo y demás víveres, con ocasión de las preguntas de los nuestros y lo que oyeron exagerar a los Galos y negociantes la desmedida corpulencia de los Germanos, su increíble valor y experiencia en el manejo de las armas, y cómo en los choques habidos muchas veces con ellos ni aun osaban mirarles a la cara y a los ojos, de repente cayó tal pavor sobre todo el ejército, que consternó no poco los espíritus y corazones de todos.