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tantas veces distinguidos por el Senado con el timbre de parientes y hermanos, avasallados por los Germanos, y a sus hijos en manos de Ariovisto y de los Sequanos, cosa que, atenta la majestad del pueblo romano, era de sumo desdoro para su persona, no menos que para la República. Consideraba, además, que, acostumbrándose los Germanos poco a poco a pasar el Rhin y a inundar de gente la Galia, no estaba seguro su imperio; que no era verosímil que hombres tan fieros y bárbaros, ocupada una vez la Galia, dejasen de acometer, como antiguamente lo hicieron los Cimbros y Teutones[1], a la provincia, y de ella penetrar la Italia, mayormente no habiendo de por medio entre los Sequanos y nuestra provincia sino el Ródano: inconvenientes que se debían atajar sin la menor dilación. Y, en fin, había ya Ariovisto cobrado tantos humos y tanto orgullo, que no se le debía sufrir más.

XXXIV. Por tanto, determinó enviarle una embajada, con la demanda de que "se sirviese de señalar algún sitio proporcionado donde se avistasen; que deseaba tratar con él del bien público y de asuntos a entrambos sumamente importantes". A esta embajada respondió Ariovisto: "que si por su parte pretendiese algo de César, hubiera ido en persona a buscarle; si él tenía alguna pretensión eonsigo, le tocaba ir a proponérsela. Fuera de que no se arriesgaba sin ejército a ir a parte alguna de la Galia


  1. Naciones bárbaras del Septentrión, que, entrando por Italia y la Galia, las arrasaron cruelmente.