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dían, previniendo que al más leve indicio incurrirían en penas atrocísimas". Tomó la palabra, en nombre, de todos, Diviciaco, y dijo "estar la Galia toda dividida en dos bandos, que del uno eran cabeza los Eduos, del otro los Arvernos. Que, habiendo disputado muchos años obstinadamente la primaeía, vino a suceder que los Arvernos, unidos con los Sequanos, llamaron en su socorro, mediante ciertas promesas, algunas gentes de la Germania, de donde al principio pasaron el Rhin como quince mil hombres. Mas después que, sin embargo de ser tan fieros y bárbaros, se aficionaron al clima, a la civilización y abundantes recursos de los Galos, transmigraron muchos más; al presente sube su número en la Galia a ciento veinte mil; con éstos han peleado los Eduos y sus parciales, de poder a poder, repetidas veces, y siendo vencidos, se hallan en gran miseria, con la pérdida de toda la nobleza, de todo el Senado, de toda la caballería. Abatidos, en fin, con sucesos tan desastrados los que antes, así por su valentía como por el arrimo y amistad del pueblo romano, eran los más poderosos de la Galia, se han visto reducidos a dar en prendas a los Sequanos las personas más calificadas de su nación, empeñíándose con juramento a no pedir jamás su recobro, y mucho menos implorar el auxilio del pueblo románo, ni tampoco sacudir el impuesto yugo de perpetua sujeción y servidumbre. Que de todos los Eduos, él era el único a quien nunca pudieron reducir a jurar o dar sus hijos en rehenes; que, huyendo por esta razón de su patria, fué a Roma a solicitar socorro del Se-