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las legiones del otro lado, y tomó prontamente el llano de encima del collado, que, con suave declive, estaba fortalecido por los lados. Ordenadas aquí las legiones, subió a lo alto de la cuesta y sentó su real en un paraje desde donde con máquinas podían he rir las flechas al enemigo.

XV. Confiando los bárbaros en la situación de su campo, y no rehusando pelear si los Romanos intentaban subir la cuesta, pero no atreviéndose a echar partidas separadas por no ser sorprendidos hallándose dispersos, se estuvieron quietos. César, vista su pertinacia, previno veinte cohortes, señaló el espacio para los reales y mandó que se fortaleciesen.

Concluída la obra, formó las legiones en batalla al frente de la trinchera, y dió orden de tener los caballos aparejados en sus puestos. Viendo los enemigos dispuestos a los Romanos para perseguirlos, y no pudiendo pernoctar ni permanecer más tiempo en aquel paraje sin vitualla, tomaron para retirarse esta resolución: Fueron pasando de mano en mano delante del campamento todos los haces de paja y fagina sobre que estaban sentados los reales, y de que tenían gran copia (pues, como se ha dicho en los libros anteriores, así lo acostumbraban), y dada la señal al anochecer, a un tiempo les pusieron fuego. Así, extendida la llama, quitó todas las tropas de la vista de los Romanos, lo cual hecho, dieron a huir con gran prisa.

XVI. César, aunque no podía distinguir la fuga de los enemigos por el estorbo de las llamas, con todo, sospechando que habrían tomado aquella re-