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dos cohortes para resguardo del equipaje, y marchó con el resto del ejército a la fertilísima campaña de Berry, cuyos moradores, como tenían espaciosos términos y muchas ciudades, no podían ser contenidos con una sola legión de hacer prevenciones de guerra y conspiraciones con este intento.

III. Sucedió con la repentina llegada de César lo que era preciso a gente desprevenida y desparramada que estando cultivando los campos sin temor alguno, fueron sorprendidos por la caballería antes que pudiesen refugiarse a las poblaciones. Porque aun aquella ordinaria señal de sobrevenir el enemigo, que acostumbra a hacerse entender incendiando los edificios, había sido prohibida con orden formal de César, para que no le faltase abundancia de pasto y trigo si acaso pasaba más adelante, ni los enemigos se amedrentasen con los incendios. Atemorizados los de Berry con la presa de muchos millares de hombres, los que pudieron escapar de la primera entrada de los Romanos se acogieron a las ciudades circunvecinas, o fiados en los privados hospedajes, o en la sociedad de los designios. Mas fué en vano, porque haciendo César marchas muy lar gas, acudió a todas partes, sin dar tiempo a ninguna ciudad de mirar antes por la salud y conservación ajena que por la suya propia, con cuya prontitud mantuvo en su fidelidad a los amigos, y con el terror obligó a los dudosos a las condiciones de la paz.

Propuesta ésta, y viendo los de Berry que la clemencia de César les abría camino para volver a su amistad, y que las ciudades de su comarca habían