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ciándose más la pelea, acude con nuevos refuerzos.

Reintegrado el combate y rechazados los enemigos, corre a unirse con Labieno. Saca del baluarte inmediato cuatro batallones. Una parte de la caballería ordena que le siga; otra que, rodeando la línea de circunvalación, acometa por las espaldas al enemigo. Labieno, visto que ni estacadas ni fosos eran bastantes a contener su furia, juntando cuarenta cohortes que por dicha se le presentaron de los baluartes más cercanos, da parte a César de lo que pensaba ejecutar. César viene a toda priesa, por hallarse presente a la batalla.

LXXXVIII. No bien hubo llegado, cuando fué conocido por la vistosa sobreveste que solía traer en las batallas; vistos también los escuadrones de caballería y el cuerpo de infantería que venía tras el por su orden (pues se descubría desde lo alto lo que pasaba en la bajada de la cuesta), los enemigos traban combate. Alzado de ambas partes el gritoresponden al eco iguales clamores del vallado y de todos los bastiones. Los nuestros, tirando sus dardos, echan mano de las espadas. Déjase ver de repente la caballería sobre el enemigo. Avanzan los otros batallones; los enemigos echan a huir, y en la huída encuentran con la caballería. Es grande la matanza. Sedulio, caudillo y príncipe de los Lemovicos, es muerto; Vercasilauno, en la fuga, preso vivo; setenta y cuatro banderas presentadas a Cé sar; pocos los que de tanta muchedumbre vuelven sin lesión a los reales. Viendo desde la plaza el es-trago y derrota de los suyos, desesperados de sal-