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ria esperan poner fin a todos sus trabajos. Su mayor peligro era en los reales altos, atacados, según referimos, por Vercasilauno. Un pequeño recuesto cogido favorece mucho a los contrarios. Desde allí unos arrojan dardos, otros avanzan empavesados; rendidos unos, suceden otros de refresco. La fagina (1), que todos a una echan contra la estacada, así facilita el paso a los Galos como inutiliza los pertrechos que tenían tapados en tierra los Romanos. Ya no pueden más los nuestros, faltos de armas y fuerzas.

LXXXVI. En vista de esto, César destaca en su amparo a Labieno con seis hatallones; ordénale que si dentro no puede sufrir la carga. rompa fuera, arremetiendo con su gente; pero no lo haga sino a más no poder. El mismo va recorriendo las demás líneas, esforzando a todos a que no desfallezean, que aquel era el día y la hora de recoger el fruto de tantos sudores. Los de la plaza, desconfiando de abrir brecha en las trincheras del llano por razón de su extensión tan vasta, trepan lugares escarpados, donde ponen su armería; con un granizo de flechas derriban de las torres a los defensores, con terrones y zarzos allanan el camino, y con las hoces destruyen estacada y parapetos.

LXXXVII. César destaca primero al joven Bruto con seis batallones, y tras él al legado Fabio con otros siete. Por último, él mismo en persona, arre (1) Es decir, tierra y piedras, destinadas a la fabrica ción del terraplén.