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jos, hacían más efecto con la gran cantidad de tiros; después que se fueron arrimando a las líneas, o se clavaban con los abrojos, o, caídos en las hoyas, quedaban empalados en las estacas, o, atravesados desde las barreras y torres con los rejones, rendían el alma. En fin, recibidas de todas partes muchas heridas, sin poder abrir una brecha, rayando ya el día, por miedo de ser cogidos por el flanco de las tropas de la cuesta, tocaron la retirada. En esto los de la plaza, mientras andan afanados en manejar las máquinas preparadas por Vercingetórix para el asalto, en cegar los primeros fosos, gastado gran rato en tales maniobras, entendieron la retirada de los suyos antes de haberse acercado ellos a nuestras fortificaciones. Así volvieron a la plaza sin hacer cosa de provecho.

LXXXIII. Rebatidos por dos veces con pérdida los Galos, deliberan sobre lo que conviene hacer; consultan con los prácticos del país; infórmanse de ellos sobre la posición y fortificaciones de nuestro campamento de arriba. Yacía por la banda septentrional una colina que, no pudiendo abrazarla con el cordón los nuestros por su gran circunferencia, se vieron forzados a fijar sus estancias en sitio menos igual y algún tanto pendiente. Guardábanlas los legados Cayo Antistio Regino y Cayo Caninio Rebilo con dos legiones. Batidas las estradas, los jefes enemigos entresacan sesenta mil combatientes de las tropas de aquellas naciones que corrían con mayor fama de valerosas, y forman entre sí en secreto el plan de operaciones. Determinan para la empresa la