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plaza, perdida la esperanza de la victoria, se recogieron muy mustios adentro.

LXXXI. Un día estuvieron los Galos sin pelear, gastándolo todo en aparejar gran número de zarzos, escalas, garabatos; con que, saliendo a media noche a sordas de los reales, se fueron arrimando a la lí nea de circunvalación, y de repente, alzando una gran gritería que sirviese a los sitiados por seña de su acometida, empiezan a tirar zarzos, y con hondas, saetas y piedras a derribar de las barreras a los nuestros y aprestar los demás instrumentos para el asalto. Al mismo punto Vercingetórix, oída la grita, toca a rebato, y saca su gente de Alesia. De los nuestros cada cual corre al puesto que de antemano le estaba señalado en las trincheras, donde con hondas que arrojaban piedras de a libra (1), con espontones puestos a mano y con balas de plomo arredraban al enemigo. Los golpes dados y recibidos eran a ciegas por la obscuridad de la nochemuchos los dardos lanzados por las máquinas de guerra. Pero los legados Marco Antonio y Cayo Trebonio, encargados de la defensa por esta parte, donde veían ser mayor el peligro de los nuestros, iban destacando en su ayuda de los fortines más lejanos soldados de refresco.

LXXXII. Mientras los Galos disparaban de le(1) César: Jundis librilibus. Algunos distinguen las hondas de librilibus. En efecto, librilia son instrumentos di· versos de las hondas, según la descripción de Festo: Librilta appellantur instrumenta bellica, saxa scilicet ad brachii orassitudinem, in modum flagellorum, loris revincta.