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260 delante de la plaza, llenan de zarzos y tierra el foso inmediato, y se disponen para el ataque y cualquier otro trance.

LXXX. César, distribuído el ejército por las dos bandas de las trincheras, de suerte que cada cual en el lance pudiese conocer y guardar su puesto, echa fuera la caballería, con orden de acometer. De todos los reales que ocupaban los cerros de toda aquella cordillera se descubría el campo de batalla, y todos los soldados estaban en grande expectación del suceso. Los Galos habían entre los caballos mezclado a trechos flecheros y volantes armados a la ligera, que los protegiesen al retroceder y contuviesen el ímpetu de los nuestros. Por estos tales heridos al improviso varios, se iban retirando del combate.

Con eso los Galos, animados por la ventaja de los suyos, y viendo a los nuestros cargados de la muchedumbre, tanto los sitiados como las tropas auxiliares, con gritos y alaridos atizaban por todas partes el coraje de los suyos. Como estaban a la vista de todos, que no se podía encubrir acción alguna o bien o mal hecha, a los unos ya los otros daba bríos no menos el amor de la gloria que el temor de la ignominia. Continuándose la pelea desde mediodía hasta ponerse el sol, con la victoria en balanzas, los Germanos, cerrados en pelotones, arremetieron de golpe y rechazaron a los enemigos, por cuya fuga los flecheros fueron cercados y muertos. En tanto los nuestros, persiguiendo por las demás partes a los fugitivos hasta sus reales, no les dieron lugar a rehacerse. Entonces los que habían salido fuera de la