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XLVIII. Entretanto los enemigos, que, según arriba se ha dicho, se habían reunido a la parte opuesta de la plaza para guardarla, oído el primer rumor, y sucesivamente aguijados de continuos avisos de la toma de la ciudad, con la caballería delante, corrieron allá presurosos. Conforme iban llegando, parábanse al pie de la muralla, y aumentaban el número de los combatientes. Juntos ya muchos a la defensa, las mujeres, que poco antes pedían merced a los Romanos, volvían a los suyos las plegarias, y desgreñado el cabello, al uso de la Galia, les ponían sus hijos delante. Era para los Romanos desigual el combate, así por el sitio como por el número; demás que, cansados de correr y de tanto pelear, dificultosamente contrastaban a los que venían de refresco y con las fuerzas enteras.

XLIX. César, viendo la desigualdad del puesto y que las tropas de los enemigos se iban engrosando, muy solícito de los suyos, envía orden al legado Tito Sestio, a quien había encargado la guarda de los reales menores, que, sacando prontamente algunos batallones, los apueste a la falda del collado, hacia el flanco derecho de los enemigos, a fin de que, si desalojasen a los nuestros del puesto, pudiese rebatir su furia en el alcance. César, adelantándose un poco con su legión, estaba a la mira del suceso.

L. Trabado el choque cuerpo a cuerpo con grandísima porfía, los enemigos confiados en el sitio y en el número, los nuestros en sola su valentía, de repente, por el costado abierto de los nuestros, aparecieron los Eduos destacados de César por la otra