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yendo a reconocer los trabajos del campo menor, reparó que la colina ocupada de los enemigos estaba sin gente, cuando los días anteriores apenas se podía divisar por la muchedumbre que la cubría.

Maravillado, pregunta la causa a los desertores, que cada día pasaban a bandadas a su campo. Todos convenían en afirmar lo que ya el mismo César tenía averiguado por sus espías: que la loma de aquella cordillera era casi llana, mas por donde comunicaba con la otra parte de la plaza, fragosa y estrecha; que temían mucho perder aquel puesto, persuadidos a que si los Romanos, dueños ya del uno, los echaban del otro, forzosamente se verían como acorralados y sin poder por vía alguna salir al forraje; que por eso Vercingetórix los había llamado a todos a fortalecer aquel sitio.

XLV. En consecuencia, César manda ir allá varios piquetes de caballos a media noche, ordenándoles que corran y metan ruido por todas partes. Al rayar del día manda sacar de los reales muchas recuas de mulos sin albardas, y a los arrieros, montados encima con sus capacetes, correr al derredor de las colinas, como si fueran unos diestros jinetes.

Mezcla con ellos algunos caballos, que con alargar más las cabalgadas representen mayor número, mandándoles caracolear y meterse todos en un mismo término. Esta maniobra se alcanzaba a ver desde la plaza, como que tenía las vistas a nuestro campo, aunque a tanta distancia no se podía bien distinguir el verdadero objeto. César destaca una legión por aquel cerro. y a pocos pasos apuéstala en la ba-