gistrado que de la esperanza del premio, hasta ofrecerse por los primeros ejecutores de este proyecto, sólo dudaban del modo, no esperando que la nación se moviese sin causa a emprender esta guerra. De terminóse que Litavico fuese por capitán de los diez mil hombres que se remitían a César, encargándose de conducirlos, y sus hermanos se adelantasen para verse con César; establecen asimismo el plan de las demás operaciones.
XXXVIII. Litavico al frente del ejército, estando como a treinta millas de Gergovia, convocando al improviso su gente: "¿Adónde vamos, dice llorando, soldados míos? Toda nuestra caballería, la nobleza toda, acaba de ser degollada; los príncipes de la nación, Eporedórix y Viridomaro, calumniados de traidores, sin ser oídos, han sido condenados a muerte.
Informaos mejor de los que han escapado de la matanza; que yo, con el dolor de la pérdida de mis hermanos y de todos mis parientes, ya no puedo hablar más." Preséntanse los que tenía él bien instruídos de lo que habían de decir, y con sus aseveraciones confirman en público cuanto había dicho Litavico: "Que muchos caballeros eduos habían sido muertos por achacárseles secretas inteligencias con los Arvernos; que ellos mismos pudieron ocultarse entre el gentío y librarse así de la muerte." Claman a una voz los Eduos, instando a Litavico que mire por sí. "Como si el caso, replica él, pidiese deliberación, no restándonos otro arbitrio sino ir derechos a Gergovia y unirnos con los Arvernos. ¿No es claro que los Romanos, después de un desafuero tan ale-