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de las seis legiones; a las cuatro envió, como solía, con todo el bagaje; y ordenándoles que avanzasen todo lo que pudiesen, cuando le pareció era ya tiempo de que se hubiesen acampado, empezó a renovar el puente roto con las mismas estacas, que por la parte inferior todavía estaban en pie. Acabada la obra con diligencia, transportadas sus dos legiones y delineado el campo, mandó venir las demás tropas.

Vercingetorix, sabido el caso, por no verse obligado a pelear mal de su grado, se anticipó a grandes jornadas.

XXXVI. César, levantando el campo, al quinto día llegó a Gergovia; y en el mismo, después de una ligera escaramuza de la caballería, registrada la situación de la ciudad, que, por estar fundada en un monte muy empinado, por todas partes era de subida escabrosa, desconfió de tomarla por asalto; el sitio no lo quiso emprender hasta estar surtido de víveres. Pero Vercingetórix, asentados sus reales cerca de la ciudad, en el monte, colocadas en semicírculo las tropas de cada pueblo, a mediana distancia unas de otras, y ocupados todos los cerros de aquella cordillera, en cuanto alcanzaba la vista presentaba un objeto de horror. Cada día, en amaneciendo, convocaba los jefes de diversas naciones que había nombrado por consejeros, ya para consultar con ellos, ya para ejecutar lo que fuese menester; y casi no pasaba día sin hacer prueba del coraje y valor de los suyos mediante alguna escaramuza de caballos entreverados con los flecheros. Había en frente de la ciudad un ribazo a la misma falda del