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todo lo vencieron, y en veinticinco días construyeron un baluarte de trescientos treinta pies en ancho, con ochenta de alto. Cuando ya éste pegaba casi con el muro, y César, según costumbre, velaba sobre la obra, metiendo priesa a los soldados porque no se interrumpiese ni un punto el trabajo, poco antes de media noche se reparó que humeaba el terraplén, minado de los enemigos, y que al mismo tiempo, alzando el grito sobre las almenas, empezaban a salir por dos puertas de una y otra banda de las torres.

Unos arrojaban desde los adarves teas y materias combustibles al terraplén, otros pez derretida y cuantos betunes hay propios para cebar el fuego; de suerte que apenas se podía resolver a dónde se acudiría primero, o qué cosa pedía más pronto remedio. Con todo eso, por la providencia de César, que tenía siempre dos legiones alerta delante del campo, y otras dos por su turno empleadas en los trabajos, se logró que al instante unos se opusiesen a las surtidas, otros retirasen (1) las torres y cortasen el fuego del terraplén, y todos los del campo acudiesen a tiempo de apagar el incendio.

XXV. Cuando en todas partes se peleaba, pasada ya la noche, creciendo siempre más y más en los enemigos la esperanza de la victoria, mayormente viendo quemadas las cubiertas de las torres y no ser fácil que nosotros fuésemos al socorro a cuerpo descubierto, mientras ellos a los suyos cansados enviaban sin cesar gente de refresco, y considerando (1) Eran movedizas, con ruedas por debajo.