Página:Comentarios de la guerra de las Galias (1919).pdf/210

Esta página no ha sido corregida
206
 

irrupción de los presidios, César dirige su marcha a los Helvios. Y no obstante que la montaña Cebena, que separa los Arvernos de los Helvios, cubierta de altísima nieve, por ser entonces lo más rigoroso del invierno, le atajaba el paso, sin embargo, abriéndose camino por seis pies de nieve, con grandísima fatiga de los soldados, penetra en los confines de los Arvernos, los cuales, cogidos de sorpresa, porque se creían defendidos del monte como de un muro impenetrable, y en estación tal que ni aun para un hombre solo jamás hubiera senda descubierta, da orden a la caballería de correr aquellos campos a rienda suelta, llenando de terror a los enemigos. Vuela la fama de esta novedad por repetidos correos a Vercingetórix, y todos los Arvernos lo rodean espantados, y suplican "mire por sus cosas; que no permita sean destrozados de los enemigos, viendo convertida contra sí toda la guerra". Rendido en fin a sus amonestaciones, levanta el campo de Berri, encaminándose a los Arvernos.

IX. Pero César, a dos días de estancia en estos lugares, como quien tenía previsto lo que había de hacer Vercingetórix, con pretexto de reclutar nuevas tropas y caballos, se ausenta del ejército, cuyo mando entrega al joven Bruto, con encargo de emplear la caballería en correrías por todo el país; que él haría lo posible para volver dentro de tres días. Ordenadas así las cosas, corriendo a todo correr, entra en Viena cuando menos le aguardaban los suyos. Encontrándose aquí con la caballería descansada, dirigida mucho antes a esta ciudad,