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gidos, era preciso destacar varias partidas de tropa, desmembrando el ejército; si mantener los batallones formados según la disciplina militar de los Romanos, la situación misma sería la mejor defensa para los bárbaros, no faltándoles osadía para armar emboscadas y cargar a los nuestros en viéndolos separados. Comoquiera, en tales apuros se tomaban todas las providencias posibles, mirando siempre más a precaver el daño propio que a insistir muchoen el ajeno, aunque todos ardían en deseos de venganza. César despacha correos a las ciudades comarcanas, convidándolas con el cebo del botín al saqueo de los Eburones, queriendo más exponer la vida de los Galos en aquellos jarales que la de sus soldados, tirando también a que, ojeándolos el gran gentío, no quedase rastro ni memoria de tal castaen pena de su alevosía. Mucha fué la gente que luego acudió de todas partes a este llamamiento.

XXXV. Tal era el estado de las cosas en los Eburones en vísperas del día séptimo, plazo de la vuelta prometida de César a la legión que guardaba el bagaje. En esta ocasión se pudo echar de ver cuánta fuerza tiene la fortuna en los varios accidentes de la guerra. Deshechos y atemorizados los enemigos, no quedaba ni una partida que ocasionase el más leve recelo. Vuela entretanto la fama del saqueo de los Eburones a los Germanos del otro lado del Rhin, y como todos, eran convidados a la presa. Los Sugambros vecinos al Rhin, que recogieron, según queda dicho, a los Tencteros y Usipetes fugitivos, juntan dos mil caballos, y pasando el río en barcas y