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las costas del Océano confinantes con los Menapios.

Envía con otras tantas a Cayo Trebonio a talar la región adyacente de los Aduátucos; él, con las tres restantes, determina ir en busca de Ambiórix, que, según le decían, se había retirado hacia el Escalda con algunos caballos, donde se junta este río con el Mosa al remate de la selva Arduena. Al partir promete volver dentro de siete días, en que se cumplía el plazo de la paga del trigo que sabía deberse a la legión que quedaba en el presidio. Encarga a Lableno y Trebonio que, si buenamente pueden, vuelvan para el mismo día, con ánimo de comenzar otra vez con nuevos bríos la guerra, conferenciando entre sí primero y averiguando las ideas del enemigo.

XXXIV. Este, como arriba declaramos, ni an daba unido en tropas, ni estaba fortificado en plaza nl lugar de defensa, sino que por todas partes tenía derramadas las gentes. Cada cual se guarecía donde hallaba esperanza de asilo a la vida, o en la hondonada de un valle, o en la espesura de un monteo entre lagunas impracticables. Estos parajes eran conocidos sólo de los naturales, y era menester gran cautela, no para resguardar el grueso del ejército (que ningún peligro podía temerse de hombres despavoridos y dispersos), sino por respeto a la seguridad de cada soldado, de que pendía en parte la conservación de todo el ejército. Acontecía, en efecto, que, por la codicia del pillaje, muchos se alejaban demasiado, y la variedad de los senderos desconocidos les impedía el marchar juntos. Si quería de una vez extirpar esta canalla de hombres fora-