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más elevado y más derecho que los conocidos. En su punta se esparcen muchos ramos muy anchos, a manera de palmas. La hembra tiene el mismo tamaño, figura y cornamenta del macho.

XXVII. Otras fieras hay que se llaman alces, semejantes en la figura y variedad de la piel a los corzos: verdad es que son algo mayores y carecen de cuernos, y por tener las piernas sin junturas y artejos, ni se tienen para dormir, ni pueden levantarse o valerse si por algún azar caen en tierra. Los árboles les sirven de albergue. Arrímanse a ellos, y así, reclinadas un tanto, descansan; observando los cazadores por las huellas cuál suele ser la guarida, socavan en aquel paraje el tronco, o asierran los árboles con tal arte que a la vista parezcan enteros. Cuando vienen a reclinarse en su apoyo acostumbrado, con el propio peso derriban los árboles endebles, y caen juntamente con ellos.

XXVIII. La tercera raza es de los que llaman uros, los cuales vienen a ser algo menores que los elefantes; la catadura, el color, la figura, de toros.

Es grande su bravura y ligereza. Sea hombre o bestia, en avistando el bulto, se tiran a él. Mátanlos cogiéndolos en hoyos con trampas. Con tal afán se curten los jóvenes, siendo este género de caza su principal ejercicio; los que hubiesen muerto más de éstos, presentando por prueba los cuernos al público, reciben grandes aplausos. Pero no es posible domesticarlos ni amansarlos, aunque los cacen de chiquitos. La grandeza, figura y encaje de sus cuernos se diferencia mucho de los de nuestros bueyes.