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dísima infamia; y es cosa que no se puede ocultar, porque se bañan sin distinción de sexo en los ríos, y se visten de pellicos y zamarras, dejando desnuda gran parte del cuerpo.

XXII. No se dedican a la agricultura, y la mayor parte de su vianda se reduce a leche, queso y carne. Ninguno tiene posesión ni heredad fija, sino que los magistrados y personajes influyentes cada un año señalan a cada familia y parentela, que hacen un cuerpo, tantas yugadas en tal término, según les parece, y el año siguiente los obligan a mudarse a otro sitio. Para esto alegan muchas razones: no sea que, encariñados al territorio, dejen la milicia por la labranza; que traten de ampliar sus linderos, y los más poderosos echen a los más flacos de su pertenencia; que fabriquen casas demasiado cómodas para repararse contra los fríos y calores; que se introduzca el apego al dinero, seminario de rencillas y discordias; en fin, para que la gente menuda esté contenta con su suerte, viéndose igualada en bienes con la más granada.

XXIII. Los pueblos ponen su gloria en estar rodeados de páramos vastísimos, asolados todos los contornos. Juzgan ser gran prueba de valor que los confinantes, exterminados, les cedan el campo, y que ninguno de fuera ose hacer asiento cerca de ellos.

Demás que con eso se dan por más seguros, quitado el miedo de toda sorpresa. Cuando una nación sale a la guerra, ya sea defensiva, ya ofensiva, nombran un jefe con derecho de vida y muerte. En tiempo de paz no hay magistrado sobre toda la na-